sábado, 13 de noviembre de 2010

Léeme & Conóceme

Los que me han leído, al menos los que conozco (que no son muchos), no han sido inesperadamente aquellos a los que yo consideraba como mis mejores amigos (o mis amigos siquiera). Los que me han leído han sido, casi siempre o en su mayoría, personas a las que, no sé si tontamente o despreocupadamente (o dejándome llevar por mis ganas fervientes de que se sepa lo que realmente siento y pienso), he conocido hace muy poco (o no conozco del todo) y sin pensarlo mucho, les he confiado mis infidencias e indecencias, permitiéndoles juzgarme por mis palabras, sin que me conozcan por mis actos. Aunque a decir verdad, juzgarme por lo que escribo sea en mi caso mucho más prudencial y sensato que juzgarme por lo que hago. Quizá así, de ese modo negligente y poco reflexionado (muy adolescente), enseñándoles lo que escribo, se lleven una imagen o idea equivocada de mí (según creen ellos). Quizá algunos ya no quieran ser mis amigos o piensen que estoy loco o que necesito terapia (como me lo han dicho), pero así es como soy y podría decir que ese realmente soy yo. Esa faceta de mí, la de escritor (en proyecto), es en efecto mi verdadero yo. Ya que cuando me visto de escritor (¿Cómo se viste uno de escritor? ¿Existe ropa de escritor?), cuando me siento en mi butaca acolchonada y empolvada, cuando enciendo el ordenador y me desligo de lo que viene pasando a mi alrededor, cuando escribo esas miles de palabras sin sentido y que no llegan a conjugarse; realmente estoy siendo sincero (a pesar de las múltiples ficciones que se me topan por el camino).
Las pocas personas que me conocían vagamente por mis actos y que luego de haber leído lo que les he obligado (digámoslo con propiedad y sinceridad) a leer, han adoptado una impresión distinta de la que comenzaban a tomar de mí por mis actos y acciones como ser social. Es fácil advertir que soy uno cuando hablo con alguien, cuando como, cuando bebo, cuando bailo, cuando canto, escucho y converso; y soy alguien muy distinto cuando solo escribo. ¿Con qué ‘yo’ se debe quedar la gente? ¿A qué ‘yo’ debe la gente o los que me conocen hacerle caso? Creo sinceramente que la gente le debería hacer más caso al escritor y no al muchacho con el que conversan o toman un par de chelas (aunque al estar ebrio también existe la muy verosímil probabilidad que esté siendo muy sincero, quizás sin saberlo o poder evitarlo). El escritor dice la verdad (no siempre), el muchacho flaco a veces (muy a menudo) suele mentir para no quedar mal, para quedar bien con los que quiere quedar bien (o con los que debe quedar bien) y para que el mundo a su alrededor le sea más viable.
Algunos me han dicho que no pensaban que fuera tan romántico, luego de haberme leído. Otros me han dicho que no pensaban que fuera tan enfermo. Otros me sugieren terapia. Algunos otros no creen lo que escribo. Otros me dicen que debería dejar de copiar el estilo de otros escritores y crearme mi propio estilo, y ciertos otros luego de haberme leído ya no tienen ganas de volverme a leer. Sus comentarios los tomo todos para bien, no me molestan (hasta ahora no han llegado a molestarme al menos). Por el contrario, celebro que compartan sus ideas e impresiones de mí, aunque en algunos casos no sean las más precisas. Me reconforta la idea de que al menos lo que escribo es leído por alguien más que yo. Sin embargo, lo que me resulta un poco penoso es que del mismo modo, así como me he atrevido a confiarles mis infidencias a ciertas personas, no he podido hacer lo mismo con mis verdaderos amigos o mis mejores amigos, o los que más tiempo me conocen, o mis amigos más cercanos, como quiera que los llame. Quienes en estricto vendrían a ser los que menos me conocen ya que no conocen a mi verdadero ‘yo’. No han descubierto o ignoran esa faceta mía de escritor.
Quizá la culpa sea mía. Yo he sido el responsable de que esas personas casi desconocidas para mí, me hayan leído. Yo he sido quien, como ya he dicho, las ha obligado a leerme al enviarles correos electrónicos con algunos de mis escritos e incitarlos (o comprometerlos) a que me lean. Cosa que no me he atrevido a hacer con mis ‘mejores’ o ‘verdaderos’, o mejor dicho, mis amigos más viejos. Y la verdad es que no me he atrevido porque el riesgo es mayor cuando se trata de ellos. Mis mejores amigos me conocen hace más tiempo, me conocen más y a lo mejor al enseñarles mi verdadero yo, estaría traicionándolos o insultándolos como un padre que le confiesa a su hijo que no es su padre biológico a pesar que lo ha criado toda su vida. El sobresalto sería incontrolable (tal vez exagero). Se trataría de un tremendo ‘Plop’ digno de un capítulo más de Condorito. Acaso la reacción de mis mejores amigos, al leerme, resultaría canalizada en un rotundo What the Fuck? Mis mejores amigos tienen una idea ya elaborada, construida y reforzada de cómo soy. Ellos creen conocerme (no me conocen del todo). Al leerme, esa idea que tienen de mí, se va a desaparecer, empobrecer o distorsionar un poco (creo o me temo). En cambio, las personas que me han leído, han sido personas a las que he conocido hace un par de meses y quienes aun no han podido elaborar un veredicto consistente de mi real personalidad, por ello, al leerme posiblemente la decepción o la impresión que las asalte, no resulte ser tan lesiva ni letal como ocurriría con mis viejos amigos.
No es que no haya hecho esfuerzo alguno para que mis mejores amigos me lean (a lo mejor por ellos terminé creando cierto blog). Sino que esos esfuerzos no han resultado suficientes o los más idóneos como para que ellos sepan encontrar el camino que los conduzca hacia mi real identidad. Hacia cierto mundo bizarro que evidencia quién y cómo soy sinceramente. Quizá deba ser más directo (o tener las pelotas) y confesarles cómo soy. Quizá deba enviarles, como a los que me han leído, correos electrónicos con algunos de los improperios que terminado escribiendo luego de una buena borrachera. Tal vez deba dejarles el link de mi blog. O simplemente debería dejar de pensar que ellos son unos tontos, un poco lentos y que sí han sido capaces de advertir las carreteras que me he esforzado en remarcarles y señalarles con tinta roja en el pequeño mapa, que los conduzca hacia mi verdadero ‘Yo’. Quizá simplemente ellos así lo prefieren y no quieren saber cómo soy realmente. A lo mejor prefieren quedarse con el chico al que conocen de hace un buen tiempo ya, y no con el que les resulta difícil conocer (o reconocer) ahora que se me ha ocurrido escribir. Quizá simplemente no les interese leerme. Quizá no les guste leer. Quizá no me crean. Son muchas las razones, una más creíble como improbable que la otra.
A estas alturas, no me importa ya quién me lee. No importa si me leen mis amigos o no. Si me leen mis mejores amigos o simples compañeros de turno. No importa si me leen simples conocidos o puros extraños (como ocurre con el blog). No empecé a escribir por mis amigos ni para ellos. Lo que importa es que ya he comprado cierto ticket, ya abordé el avión, ya me abroché el cinturón, el vuelo ya tomó su curso, ha habido turbulencias, pero el viaje ya comenzó y es difícil bajarse del avión y ponerle fin a esta placentera travesía que es escribir lo que creo que debo escribir, lo que mi instinto guiado ciegamente por la pasión me dice que debo escribir. Mi pasión efervescente por escribir es tan grande que me resulta improbable que me detenga. No sé si sea bueno escribiendo (no me esfuerzo por demostrarlo). No me queda claro si mis amigos o mi familia me crean o me entiendan. Lo que me queda muy claro es que, a estas alturas, me resulta innegable dejar de escribir.
¿Escribo para que me lean? No.
¿Escribo por puro exhibicionismo? Puede ser.
¿Escribo para que me conozcan un poco más (o mejor)? No, realmente.
¿Escribo porque me apasiona escribir? Definitivamente.








Agosto de 2010.

No hay comentarios:

Publicar un comentario