sábado, 13 de noviembre de 2010

This is it_hasta pronto alcohol...

Ya no soy el mismo de antes. Los años no pasan en vano, dice la gente vieja y la que empieza a hacerse vieja. Tengo tan solo veinte años (recién cumplidos). No soy para nada un viejo (no es que me sienta joven), pero puedo decir que, a juzgar por los evidentes cambios que ha sufrido mi menoscabada integridad, no es viable confiarse de mi precaria edad, sino de mi suicida y octogenario estado o aspecto corporal.

Ya está. Ya no soy capaz de hacer las cosas que solía hacer hace unos cuantos años atrás. He cruzado la línea de lo equilibradamente saludable y lo prudencialmente estimable, y ahora no puedo disfrutar más ya, de lo que realmente lograba liberarme de la tensión, de mis males (aunque a veces los agravaba), de mis pesares. El alcohol me ha sido prohibido a estas tempranas alturas de mi vida. Tengo tan solo veinte años ¡Dios! ¿Por qué me haces esto a mí? ¿Qué va a ser de mi vida sin alcohol embriagando mis venas y haciéndome menos ‘yo’? ¿Podré soportarlo? La vida es cruel y mis días de ‘pichangas’ han llegado a su fin. Este es el fin de mi viaje, la carretera se ha vuelto cada vez más angosta y ya no hay más camino que recorrer. Ya no hay más sustancia destilada que pueda soportar. Se vació la botella and This is it, como diría Michael.

No puedo tomar más alcohol. No es que yo así lo quiera, nunca he sabido decirle no al alcohol (siempre le he sido fiel a la bebida), pero ahora, a estas pueriles y precoces alturas de mi vida, tengo que decirle, en contra de mi voluntad, ¡NO! a cierta sustancia divina y emprendedora que solía darme felicidad y pericia al momento de escribir, por ejemplo.

Si bien no está dentro de mis planes dejar de tomar, mi cuerpo es el que lisia y comprime mis deseos e impide que tome siquiera una sola copa. Debo estar enfermo, debo estar mal del hígado o del estomago, no sé, yo no soy médico y no tengo intenciones de visitar uno. Ciertamente, si tengo intenciones de beber una sola copa de algún trago fuerte, mi estomago me lo impide, lo expulsa de mi interior, lo escupe, lo aborta sin asco. Tristemente, en estos momentos no soy capaz de ingerir una sola copa entera de cierta sustancia férvida.

Me deprime esta situación, soy muy joven como para privarme de los bienhechores y vehementes efectos del alcohol, pero mi cuerpo está dividido en partes y cada parte es ingobernable, es rebelde, y simplemente no puedo reducir las imperantes ordenes de mi hígado o de mi estomago, y el alcohol, no es más bienvenido en mi integridad, en mi cuerpo, en mis días grises, en mi vida.

This is it. El momento ha llegado y no hay nada que pueda hacer. No puedo tomar ni una gota más de alcohol, de hacerlo terminaría muerto en mi habitación, deseando que nada de esto hubiera pasado; como en este momento que vengo muriendo gradualmente, con terribles escalofríos, producto, creo yo, de una letal gripe que me ha asaltado y que es probable que se haya producido por ingerir alcohol cuando no debí haberlo hecho.

No es fácil decirle no al alcohol. No es fácil estar entre un grupo de amigos y ver que todo el mundo se la pasa bien tomando, cantando, bailando y embriagándose, mientras que tú yaces solo y agazapado, deseando poder ingerir al menos una copa de vino tinto.

No es nada deseable ver que tus amigos la vienen pasando bien al burlarse de ti porque ya no eres el mismo loco, estúpido de mierda de antes, que solía embriagarse y resistir más que todos, y hacer locuras tan increíbles como insuperables por los demás, al estar increíblemente ebrio.

Pero ahora el alcohol me da asco, no lo quiero, me produce nauseas. Mi momento ha llegado y a mí no me queda más que aceptar este terrible fallo condenatorio. Debí hacerle caso a las sugerencias de mis amigos más cercanos y dejar de beber tan frecuente y apasionadamente. Debí escuchar los consejos de ciertos aquellos que miraban escépticos mi futuro. El daño está hecho ya, y no hay que pueda hacer (por el momento).

Empecé a beber a los quince años cuando asistía al colegio. Si algo aprendí en el colegio, fue aprender a beber y a embriagarme. Cinco años han pasado desde mis primeras escapadas para embriagarme, y ya estoy listo para enrolarme en una religión que prohíba ingerir alcohol. ¡Qué triste va a ser mi vida sin alcohol! No me la imagino de ese modo. Sin embargo, las condiciones ya están plasmadas y al alcohol debo mirarlo de lejos, como si fuera un viejo amigo con el que tuve una gresca en el pasado y que ahora es preferible no mirar ni de soslayo.

Is this it? ¿Realmente debo dejar de tomar? Por mi bien creo que debo hacerlo. No es nada normal ni saludable saber que cada vez que ingiero una leve cantidad de alcohol, un mísero y pobre trago de cerveza, las ganas de vomitarlo todo, me invadan de pronto. No es nada saludable ver que por las mañanas me levante con unas fuertes ganas de vomitarlo todo (a pesar que no tengo nada en el estómago). No es nada normal ver que cada vez que cepillo mis dientes obtenga, también, ganas de vomitar, y todo eso, creo, es producto de haber bebido mucho.

Sin embargo, no es normal que yo siga o haga caso a lo que se me presenta como normal o lo que es más saludable para mí. Soy consciente que el alcohol me hace daño en este momento, pero se trata tan solo de un contraproducente momento y de una etapa gris (de sequía). Una infértil época transitoria. Todo pasa. Esperaré lo que tenga que esperar (no creo que sea mucho tiempo), y cuando sienta ya haberme recuperado, cuando mis ganas de vomitarlo todo hayan desaparecido, regresaré al combate, a la batalla. Regresare a hacer lo que más me gusta, beber un trago fuerte hasta más no poder, hasta llegar muy ebrio a casa, vomitándolo todo, escupiéndolo todo, zigzagueando o cayéndome, para luego terminar rendido sobre el frio piso de mi habitación, con el ordenador portátil acompañándome a mi costado, cegándome con esa luz enfermiza, recepcionando y almacenando las tergiversadas palabras que suelen aparecer solo cuando estoy ebrio.

Habrá que esperar no más…

No hay comentarios:

Publicar un comentario