Y a pesar que he tenido un mal día, que la universidad ha terminado por avinagrar mi humor, que no he comido bien, que mi pie izquierdo ha sangrado por todo lo que he caminado, que el equipo del que soy hincha no ha obtenido un buen resultado por La Libertadores, a pesar que no he podido ligar con cierta chica que me tiene loco, a pesar de mi vida; al prender la televisión y al ver cómo ese monstruo enano y omnímodo, con la diez en la espalda, driblea y deja tirados en el gramado a sus adversarios para luego con un potente disparo concretar un golazo y desatar la euforia de la multitud; mis pesares y mi mal humor parecen diluirse y tornarse en un maravilloso, bienhechor y reparador estado de satisfacción tan genuino como surrealista.
De niño mi padre fue quien procreó en mí ese deseo y esa pasión férvida por el fútbol, desde aquella vez cuando tenía tan solo siete años y me llevó al estadio Nacional para ver a la “U” enfrentar al San Lorenzo de Argentina por el torneo internacional. Y a pesar que me asusté por el grujir embravecido de miles de energúmenos, todos vestidos de crema que gritaban y coreaban una misma simple sílaba (U), a pesar que di unos cuantos saltos asustadizos debido a las sonoras explosiones de los fuegos artificiales en el aire, a pesar que la gente a mi alrededor se pegaba y danzaba como empujándose y se comunicaba en un vocabulario muy poco articulado y sí muy grosero y soez, a pesar que el baño estaba inundado y mal oliente y no pude orinar y evacuar todas las Coca Colas que había bebido, a pesar de todo ello; desde ese día sentí que ese sentimiento, ese fuego abrasador, esa sed poseída y esa pasión deslumbrante, me hermanaba con ese deporte de veintidós bípedos correteando y pugnando por el control de un mismo y único balón.
Y cuando veo a los miles de hinchas puestos todos de pie, vistiendo sus camisetas azulgranas, saltando, gritando, llorando y rindiendo tributo al dios que es Messi tras sus cuatro goles frente al poderoso Arsenal de Inglaterra por la Champions League, en su casa, en el Camp Nou; entiendo y compruebo que el futbol le hace a millares de personas la vida mucho más feliz. Entiendo que a mí personalmente me hace la vida mucho más feliz y que aviva y agita ese sueño que tengo de ir hasta España, de viajar hasta Barcelona, comprar mi ticket cueste lo que cueste, ingresar al Camp Nou y estar lo más cerca posible de mi ídolo y héroe argentino del fútbol que es tan sólo dos años mayor que yo pero que es más virtuoso que cualquier simple mortal en este mundo.
Al ver en las repeticiones en cámara lenta, cómo ese humanoide virtuoso o ese semidiós pundonoroso o ese dios íntegro tal cual, deja muy mal parado a sus pobres e indefensos rivales, se apodera del campo de juego, despierta el ánimo de todo el mundo (incluido el técnico del equipo rival), jugando con el balón ahí, muy pegado a los pies, corriendo como un niño, con su estatura muy resumida, haciendo goles extraordinarios y luchando cada pelota hasta el último segundo del partido, para luego al final del encuentro llevarse el balón de recuerdo tras su hazaña heroica y sacarse fotos con quien se lo pida humildemente con la cabeza gacha; me hace pensar que los sueños no son del todo imposibles de lograr y que los héroes no solo se pueden ver en los dibujos animados o en las películas cargadas de explosiones. Messi es un héroe y es de otro planeta. Messi no puede ser un simple mortal. Messi es un dios y hay que saberle rendir tributo.
Este lugar está destinado a la indecorosa e impresentable industria (para nada trabajosa) de hacer públicos todos mis errores, mis constantes fracasos, mis sueños (que no son pocos), mis desilusiones (amorosas), mis males, mis penas, mis fantasías, mis risas, mis crueles verdades y mis mal elaboradas ficciones. En fin, es una forma de desnudarme mediática (o cobardemente) ya que no tengo el valor para hacerlo de otra forma más directa o personal, sin temerle a las consecuencias inmediatas.

jueves, 22 de julio de 2010
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