jueves, 22 de julio de 2010

Mi Primer Concierto Punk

Es sábado, no hay nadie en casa, me he despertado a las dos de la tarde, he dormido mucho, la noche anterior ha sido muy agotadora. No hay agua en San Miguel, no tengo cómo bañarme ni asearme las pelotas siquiera, nadie se ha dignado a reservar un poco agua para mí. No tengo qué comer tampoco, no me han dejado nada qué comer, solo veo unos deprimentes huevos y jamón en el refrigerador, soy un inútil, no sé cómo freír un huevo. El hambre me mata, me resigno a dejar de ser tan inútil (al menos por ese día, o por ese momento ya que las circunstancias lo ameritan). Cojo un sartén, abro abruptamente los huevos, los vierto tontamente acompañados de generosas lonjas de jamón. El aceite por poco ha quemado mi piel. No ha salido tan mal, al menos no se me ha incinerado y su sabor no es del todo repugnable, me sirvo una taza de café bien cargado y trago (tal cual vagabundo) lo que tristemente he improvisado.
Recibo una llamada inesperada, es mi amigo Miguel, le respondo de mala manera, muy conforme no he quedado con cierto desayuno y peor aún, no hay agua con qué bañarme. Miguel me grita, no entiendo lo que trata de decirme, balbucea, vomita las palabras, le cuelgo. Miguel vuelve a insistir, esta vez, más calmado, me informa que hay un concierto en Los Olivos, a espaldas de un mega centro comercial. No sé de qué me habla, él insiste y me invita a que lo acompañe, le respondo que no es un buen día, que no he comido bien, que no tengo agua, que no tengo plata y que no conozco bien cierto lugar. Miguel me recrimina el ser tan aguafiestas e insiste en que lo acompañe, veo mis bolsillos, no me alcanza para la entrada, nunca he ido a un concierto Punk, hago tributo a mi pragmática forma de ser y me atrevo a aceptar sin medir mis límites, respondo que sí iré.
He quedado en encontrarme con Miguel a las cuatro de la tarde, son las dos y media, aun tengo tiempo necesario para reunir dinero, el problema es que no hay nadie quien pueda acudir a mi auxilio. Me resigno a acudir al concierto con lo poco que tengo. Aún tengo hambre y me siento sucio, no hay más qué comer y me siento impotente. Inesperadamente mi abuela llega y me habilita un delicioso almuerzo, me siento mucho mejor (no hay nadie que cocine mejor que ella), no me atrevo a pedirle dinero. Ahora, ya más satisfecho, solo tengo un problema, el agua. Me urge al menos lavarme la cara que está rellena de legañas y secreciones babosas producto del profundo sueño obtenido horas antes; hallo en la refrigeradora dos botellas de medio litro de agua mineral, sé que es muy poca cantidad, veo también varias cubetas con cubos de hielo, vierto el agua de las dos botellas en una jarra y también los enormes cubos de hielo, me creo un tipo inteligente, me admiro por haber tenido esa gran idea. Me dirijo al baño con la jarra que pronto se heló, me cepillo los dientes prudentemente con poca agua para no terminarla, le sonrío al espejo, mi sonrisa se ve bien, a continuación empapo mi rostro con el agua, es cuando confirmo lo idiota que soy. El agua está tan helada que es posible que se me haya helado el cerebro (si es que ya no lo estaba). Las manos me duelen, me tiembla el cuerpo, he sucumbido en la hipotermia, nunca he tocado agua tan helada como esa, me siento un tonto, un perdedor. A duras penas froto mi rostro con jabón y trato de terminar con ese sufrimiento lo más pronto posible. Me visto con ropas viejas y oscuras y, parto al encuentro de Miguel.
Me encuentro con Miguel en su casa, su perro me recibe y babea todo mi pantalón viejo. Abordamos un colectivo y llegamos a cierto mega centro comercial. No sabemos a ciencia cierta dónde es el concierto, nos dejamos guiar por la bulla, escuchamos un bullicio en un sucio garaje de portón azul, nos asomamos allí y advertimos que unas cuantas pocas personas se alistan para presenciar también un concierto, pero a diferencia de nosotros, ellos aguardan por un concierto de música folclórica. Salimos odiando ese lugar y riéndonos a carcajadas, a la distancia vemos a un grupillo de muchachos vestidos estrafalariamente: pantalones rojos o negros pegados, zapatillas negras enormes y polos muy diminutos con estampados extraños, sabemos que ellos nos sabrán guiar, los seguimos. Al fin, luego de caminar por varios arenales sin vida llegamos al lugar de nuestro concierto.
Aun es temprano, aun no ha oscurecido, nos vemos rodeados de gente muy rara, gente vestida y peinada inusualmente, nosotros desentonamos allí. Veo a chicas con las cabezas rapadas, algunas otras con los pelos verdes, azules, amarillos; chicos (la mayoría de ellos), con perforaciones y tatuajes en todo el cuerpo, no voy a mentir al decir que no me sentí un poco intimidado e incómodo pero del mismo modo sentía que estaba en el lugar correcto para mí. Miguel y yo no sabemos qué hacer, él sí tiene dinero para obtener su ticket, yo no; él tiene ganas de entrar, yo también, pero no tengo cómo. Nos quedamos parados en una esquina viendo a todo el mundo embriagarse y, esperando a que algo pase. Empieza a oscurecer, el concierto ya ha empezado pero la mayoría de gente se mantiene afuera emborrachándose con licores baratos. Miguel se muestra impaciente por ingresar, me mira de mala manera y me amenaza diciendo que si no hago nada para conseguir dinero, él entrará sin mí. Me aferro fuertemente a su pierna y le imploro que no lo haga, el sonríe y sé que no me abandonará.
Luego de un tiempo e inesperadamente, se nos acerca un tipo muy extraño, viste con un polo de rayas rojas y negras, una bermuda beige, unas botas enormes de cuero y trae el cabello hecho púas (paradas y tiesas con harto gel). Se nota un poco aturdido, desconcertado, con la mirada perdida nos pregunta dónde se puede conseguir alcohol, nosotros no lo sabemos y se lo hacemos notar. El tipo parte y nosotros continuamos en nuestra incertidumbre sepulcral. Al cabo de un rato muy breve, vemos al frente de nosotros a cierto tipo acompañado de otros tres sujetos y con botellas de una sustancia amarilla incierta. El tipo nos advierte allí, parados en medio de la nada y, nos invita a que nos unamos a su grupo. Miguel me mira de soslayo, sonríe pícaramente y acepta la invitación, yo lo sigo.
Al unirnos al grupo notamos que mucho no encajábamos allí. Estaban además del tipo extraño que se atrevió a invitarnos; unos sujetos no menos extraños que él. Uno de ellos usaba unos anteojos enormes que lo delataban como un mero nerd y, que tenía unos dientes enormes (lo que agravaba su apariencia estúpida), otro sujeto vestido todo de negro, que hablaba con un acento chistoso y que aparentaba tener más de cuarenta años. Estos últimos dos sujetos no se comparaban en lo más mínimo con el último de ellos, éste, era un hombre gordo, muy gordo, calvo, de labios prominentes, barba dejada al abandono, ropas anchas y sucias, zapatos enormes, hablaba como vomitando y, a pesar que usaba unos lentes viejos, no podía esconder la cruel distorsión de su mirada, esto es, era un notable y triste virolo. Un gordo virolo en términos generales.
Miguel y yo tratamos de no desencajar, tratábamos de intervenir en la conversación, pero siempre asentando con lo que los demás decían, sobre todo, con lo que el gordo virolo decía, ya que éste era un maldito cascarrabias que a cada rato expulsaba maldiciones e insultos crueles contra cada pobre de quien se acordaba. Era preferible no contradecirlo para evitar trenzarnos con él. El tipo de cabellos de púas (de quien nunca supimos su nombre), amablemente nos invitó del alcohol que ellos bebían (o se resigno a hacerlo). La botella no tenía etiqueta, descubrimos que cierto alcohol había costado tan solo dos soles, era una sustancia asquerosamente amarilla, como baba de alien y, lo peor de todo, teníamos que aceptarla para no quedar mal, sobre todo para no quedar como unos estirados frente al gordo virolo. Miguel se atrevió a beber del alcohol primero, al terminar me hiso un gesto con la mirada, como diciendo no está tan mal, pruébalo. Confiando vagamente en él y no teniendo escapatoria me atreví a beber de ese alcohol, me serví muy poco en un vasito de plástico y al probarlo noté que mucho a alcohol no sabía, por el contrario sabia a un refresco de sobre barato. No estaba tan mal, al menos con eso no me emborracharía ni terminaría por los suelos. Continuamos chupando, emborrachándonos débilmente y charlando, o rajando de todos los poseritos que se aparecían por allí. El gordo era quien tomaba las riendas de la conversación, era él quien decidía de qué hablar, de qué grupos hablar pestes, de qué grupos debíamos rendir tributo, y era él quien silbaba y piropeaba a las chicas mucho menores que él, que caminaban desinteresadas y presurosas por su lado. Miguel y yo solo hablábamos cuando debíamos hacerlo, evitábamos entrar en contradicciones.
El alcohol se llegó a acabar, urgía comprar más, hasta el momento nosotros habíamos estado tomando de lo que ellos habían comprado, moralmente o éticamente o diplomáticamente éramos Miguel y yo, quienes debíamos ir por más; lamentablemente no teníamos dinero ni para nuestras entradas, así que le cedimos la posta a quién amablemente se digne a comprar más. El gordo nos miraba con mala cara, claro, su cara nunca podía ser buena, siendo tan brutalmente feo y virolo. De todos modos se notaba su desaprobación hacia nosotros, quienes desviábamos la mirada para no agravar su enojo. El tipo que lucía muy mayor fue en busca de más de ese alcohol amarillo y nosotros seguimos tomando muy conchuda y jubilosamente.
El gordo tocó el tema, yo solo simulaba estar de acuerdo sonriendo hipócritamente. El gordo virolo comenzó diciendo que odiaba los colegios, que le traían malos recuerdos, que nunca se sintió a gusto en ellos, que desearía que no existieran, dijo además que detestaba a los padres por obligar a que sus hijos vayan al colegio y a aquellos quienes aun se resignan a ir sin saber lo perjudicial que puede ser para sus vidas. Era yo por supuesto uno de ellos, yo aun asistía al colegio y no me atreví a confesárselo. El gordo se atrevió a preguntarme qué pensaba de los colegiales, yo, muy sínicamente e hinchando el pecho, respondí que eran unos idiotas y, (tal cual el fragmento de una conocida canción) agregué: Al colegio no voy más; el gordo sonrió y me regalo una sonrisa algo ambigua.
Continuamos conversando y tomando, ya en confianza, nos atrevíamos todos, a piropear a las pocas bellas chicas que caminaban alrededor nuestro. Vimos cómo una chica algo ebria y vestida de ropa larga caminaba zigzagueando y esquivando al resto, la invitamos a unírsenos, ella se nos acercó, estaba muy borracha, a duras penas soltó una palabra aceptando el alcohol que le ofrecimos. Sin darnos cuenta, al volvernos hacia ella, ésta ya no estaba y con ella se había ido nuestro deprimente alcohol barato y con ella y con nuestro alcohol, el día también se fue y en reemplazo se apareció la noche. El alcohol se terminó una vez más, ya no queríamos más, ya era tarde, tres bandas ya habían pasado por el escenario y era momento de ingresar. El gordo informó que ya debíamos entrar, Miguel y yo desviamos la mirada y esperamos a que algo pasase. Los otros sujetos saltaban eufóricamente, se frotaban las manos frenéticamente y caminaban sonriendo dispuestos a entrar, el más viejo de ellos notó que nosotros nos quedamos parados, se acercó y preguntó qué sucedía, yo no me atreví confesarle que no tenía dinero para mi entrada, afortunadamente Miguel sí. El tipo sonrió y difundió la noticia, a nadie le importó mi desgracia, el gordo me miró con mucho más odio y continuó caminando ignorando la situación. Sin embargo, este tipo embutido en ropas negras pegadas, muy sonriente se ofreció a pagarme la entrada, yo salté de emoción, el gordo virolo desaprobó la acción caritativa de ese buen tipo. Noté en ese momento (o ya lo había notado, pero lo había ignorado), que cierto hombre maduro parecía ser algo gay, la forma cómo había estado conversando con nosotros, sus gestos no muy masculinos y cómo sonreía, lo delataban; por tal motivo y a manera de agradecimiento, le ofrecí un tierno y muy straight abrazo, él sonrió mucho más aun y pagó por mi entrada algo feliz. Me sentí muy afortunado por lo sucedido y antes de entrar al lugar, Miguel se me acercó y susurrándome al oído dijo: Sabía desde un principio que uno de ellos nos pondría la entrada; yo solo atine a sonreír, mientras un negro corpulento aguardaba para inspeccionarme y tocarme las pelotas antes de ingresar.
Ya adentro todo fue sensacional y memorable. Uno a uno fueron pasando las diversas bandas tocando lo mejor de su repertorio, unas mejores que otras. Fue mi primer pogo, Miguel aplaudía inverosímilmente al escuchar a un grupo llamado Anemia, se emocionaba al escuchar tocar una canción llamada El Panda. Bandas como 100 Wats, Inyectables, Sinfonía, Cuenta Corriente, Supersónica y Punk-A-Doll hacían que el ambiente esté cargado de euforia y de emoción mientras cuerpos sudosos se frotaban mutuamente bailando, saltando y propinándose ligeros golpes y patadas a manera de danza en tributo a las bandas que tocaban en ese momento.
Mientras tocaba Anemia, la banda preferida del gordo virolo, éste perdió su vieja gorra, el tipo que aparentaba ser un estudiante nerd de la UNI, perdió sus lentes, el tipo gay bailaba lentamente y empujaba al resto para no ser dañado, el otro tipo (el del cabello hecho púas), bailaba, saltaba, luchaba y pogueaba como un loco desquiciado, Miguel saltaba de emoción y yo me movía al ritmo de la música prudencialmente. Al terminar de tocar esta banda, todos nos encontramos en un determinado espacio fuera del tumulto de gente y, conversando y elogiando a esa banda, nos afincamos como patas. Intercambiamos correos electrónicos, revelamos dónde vivíamos, a qué nos dedicábamos (yo no revelé que era un estudiante), descubrí que el gordo trabajaba en construcción; nos pusimos de acuerdo para asistir al próximo concierto y al estar la siguiente banda ya en el escenario, corrimos en busca de más pogo.
Así pasaron más de cinco bandas más, cada pogo fue más emocionante y más brutal que el otro. Vi cómo un pobre y diminuto muchacho de cabello súper lacio y bien peinado, era cruelmente golpeado sin ningún remordimiento. Un sujeto corpulento y sin polo lo estaba maltratando a base de severos derechazos aludiendo que éste otro era un maldito Emo, yo me asusté y me alejé de la situación. En ese momento los emos aun no eran muy conocidos, había tan solo unos pocos, ahora pienso que lo que hacía ese tipo no estaba nada mal, sería bueno como una medida coactiva para eliminar a esas lacras.
Así llegó a su fin el concierto y mi primer concierto Punk, la última banda en escena era Punk-A-Doll que estaba presentando su nuevo disco, no nos quedamos a escucharla, ya había sido suficiente rock para ser felices. Todos salimos del lugar, afuera los demás muchachos que no lograron ingresar continuaban tomando y rompiendo botellas, a duras penas podíamos caminar, teníamos los cuerpos demolidos. Caminábamos lentamente comentando todo lo vivido, fue cuando llegamos a una calle en la cual varios travestis y putas nos esperaban o nos surcaban esperando a que nos decidamos por llevarlas a un feo hostal a cambio de míseras cantidades de dinero. El gordo, un maldito hijo de puta y, como era de esperarse, no tardó mucho en soltar insultos crueles contra esos hombres vestidos (inútilmente) de mujeres. ¡Oye, se te ve la pinga! ¡Qué buen paquete, tápatelo, se te nota! ¿Te has afeitado hoy? ¡Malditos cabros váyanse a joder a otro sitio!-gritaba demencialmente el gordo virolo, mientras nosotros expulsábamos fuertes carcajadas.
Llegamos al fin al paradero, nos despedimos por última vez, nos prometimos contactarnos virtualmente (ello nunca pasó), el tipo gay que me regaló el dinero para mi entrada se me acercó y, muy sonriente (y sin sentido), me sugirió que escuché una banda llamada Lacrimosa, no le presté atención y solo atiné a sonreírle. Fueron el gordo virolo y el tipo que lucía como un nerd quienes partieron primero, luego nosotros abordamos un colectivo mientras hacíamos adiós con la mano desde la ventana del bus.
En el bus solo tenía energías para quedar rendido, mientras miraba por la ventana a la gente pasar, pensaba que quizá esa noche haya tenido que prostituirme como esos feos travestis y putas que acabábamos de dejar unos metros atrás, que quizá haya tenido que alquilarme para poder ganar mi entrada para el concierto, que quizá haya tenido que vender una sonrisa falsa a ese tipo gay, que haya tenido que mentir para caerles bien, para no caerles mal, para que no me odien, y que haya tenido que usurpar mi verdadera imagen, solo para poder ingresar a mi Primer Concierto Punk.

No hay comentarios:

Publicar un comentario