Cuando comenté que cierta persona había sido bendecida por haber vivido hasta los cincuenta años, todos me miraron asombrados, atónitos y sobretodo muy contrariados, como odiándome.
Me encontraba pasando el verano del 2010 en casa de mis abuelos en Máncora, particularmente detesto el verano; en Máncora el verano es mucho más insoportable e infernal que en cualquier otro sitio pero la grata, reconfortante, bienhechora y acalorada sensación de ver toneladas de chicas lindas con sensuales bronceados, exuberantes cuerpos y caminando en diminutas ropas de baño, hace que sea un poco más tolerable y que den ganas de ir. Así pues, en contra de mis prioridades, me habían terminado convenciendo a que me mudara por un par de semanas a ese lugar de temperaturas satánicas y de aspecto muy jodidamente próspero y samaritano.
Había bebido mucho, las cervezas no pueden resultar más deliciosas y refrescantes como en un verano mancoreño. Había un cúmulo de gente que me doblegaba o hasta triplicaba en edad pero, muy a mi estilo, esto es, hablando con el pecho henchido, la pierna derecha cruzada, la mano en el mentón, fingiendo una voz varonil impropia de mi edad y de mí, utilizando palabras rebuscadas, palabras indescifrables, lenguas foráneas e inusuales y, sonriendo discretamente, sin exagerar; había conseguido filtrarme entre toda esa gente vieja. Había conseguido que todos me mirasen y escuchasen con suma atención, como si escucharan el sermón de un cura en un domingo por la mañana, como si se tratase de alguien importante, como si escucharan a una joven gran promesa, a un chiquillo con un gran futuro, al futuro presidente de la nación (que tan lejos estoy de todo eso). Y en realidad yo solo hablaba de meras estupideces sin sentido pero que, gracias a cierto “estilo”, me las había ingeniado para adornar mis articulaciones y lograr embellecer la situación, para burlar la realidad y hacer recaer en error a todos mis oyentes (que no eran pocos).
Una vieja loca, arrecha y pituca, que según ella se sabía mi tía lejana, no demoraba en tocarme sutilmente la pierna izquierda de rato en rato y mirarme de soslayo, muy coqueta ella, cada vez que yo citaba alguna frase de contenido absurdo y estúpido pero muy bien adornado para que sonase sabio y acertado.
La situación andaba bien, mi papel protagónico de político consumado convencía a cuanto casquivano estaba presente. Todos me miraban atentos hasta que me atreví a decir que cierto hombre había sido bendecido por Dios al haber vivido hasta unos respetables y vastos cincuenta años. Las sonrisas se desdibujaron de sus rostros (malformados ya, por los inverosímiles y extraordinarios efectos del alcohol). Mi tía, la vieja arrecha dueña de un hotel cinco estrellas en Máncora, me miró contrariada y, sin desaprovechar la oportunidad (una vez más) de tocarme la pierna izquierda, preguntó:
-¿Por qué dices eso hijo? Ese pobre hombre tenía tan solo cincuenta años. ¡Era un jovencito!¬-mirándome fijamente a los ojos.
No quise hablar más con pericia (o simulando tenerla), y no hice más que vomitar palabras sin rodeos.
-Creo que esa persona de la que ustedes hablan y que yo no conocí, fue muy afortunado al vivir hasta esa edad avanzada porque yo tengo la muy certera idea que no voy a pasar los cuarenta.
Se escuchó un vaso con, a esa altura quién sabe qué clase de alcohol, caer y se hiso un silencio sepulcral a lo que yo continué:
-Estoy más que seguro que voy a morir antes de los cuarenta, voy a tener una vida corta y al final todo lo que vengo estudiando y aprendiendo inhumanamente, se irá al carajo y no sé si eso sea algo malo.
Nadie dijo palabra alguna, todos se miraban como tratando de descifrar las apostasías dementes que acababa de decir, como tratando de esconder sus miradas, como si acabaran de oír a un hereje. Todos me miraban como si de pronto todo el brillo y la erudición que derrochaba se hubiera ido con cada vaso de cerveza y que inesperadamente una locura satánica y lamentable hubiera conquistado mi cuerpo y mente.
-Lo que pasa es que él tiene problemas con sus huesos desde muy niño y quizá por eso piensa que se va a morir rápido, pero eso no es verdad hijito-quiso arreglar la situación mi otra tía.
La multitud embriagada retomó el aliento (a trago corto barato), y presurosos ideaban y recomendaban medicamentos, ungüentos y tratamientos caseros para tratar de mejorar mi incierta salud. “Tienes que tomar aceite de hígado de bacalao, hijo”, escuché decir a alguien. “Toma cartílago de tiburón, eso es muy bueno para el calcio y los huesos”, escuché decir a otro. “Dile a su mamá que lo lleve al médico, qué está esperando”, se escuchó por ahí. Al parecer ellos se mostraban verdaderamente preocupados y alarmados por mi salud, ya no me miraban con admiración, más bien, ahora sus miradas demostraban preocupación, conmoción, desilusión, decepción, pena y sobre todo lástima de mí.
Había bebido demasiado y sentía que si tomaba una copa más, terminaría vomitando los intestinos y ello espantaría, más, a ciertos atolondrados longevos acompañantes de turno. Me fui a dormir.
Mientras dormía, soñé que había llegado a los cuarenta, que contra todo pronóstico había podido sobrevivir y curiosamente tenía una vida del carajo. Tenía una bellísima esposa, un par de hijos hermosos (que salieron a su madre afortunadamente), unos hijos muy inteligentes, amantes de la buena música y nacidos para ir en contra de la corriente y desafiar y vencer a cuanto huevas-tristes se atreva cuestionarlos; tenía un buen carro, una buena casa fuera del bullicio y de la lesiva contaminación de la ciudad, vivía fuera del Perú, en fin vivía bien.
Lamentablemente los sueños no son más que crueles alteraciones de la realidad y no es recomendable fiarse de ellos, no es sensato creer que lo que sueñas una noche se pueda llegar hacer realidad un día, porque las cosas siempre suceden como menos te las esperas y como menos las quieres, y los sueños están llenos de deseos y anhelos apasionados utópicos. Al final del sueño, a mis cuarenta años, morí de cáncer.
Me desperté con una jaqueca insoportable y me quedó claro que no seré capaz de vivir hasta los cuarenta y que quizá eso no sea algo malo.
Febrero, 2010.
Este lugar está destinado a la indecorosa e impresentable industria (para nada trabajosa) de hacer públicos todos mis errores, mis constantes fracasos, mis sueños (que no son pocos), mis desilusiones (amorosas), mis males, mis penas, mis fantasías, mis risas, mis crueles verdades y mis mal elaboradas ficciones. En fin, es una forma de desnudarme mediática (o cobardemente) ya que no tengo el valor para hacerlo de otra forma más directa o personal, sin temerle a las consecuencias inmediatas.

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